AUTOBIOGRAFIA E HISTORIA CONTEMPORANEA

Manlio Argueta (*)

SAN SALVADOR – Cuando en la presentación del libro me fue entregado el depósito de ley de «Con Sueños se Escribe la Vida», autobiografía de Salvador Sánchez Cerén, jefe guerrillero del conflicto recién pasado en nuestro país, y ahora alto dirigente político, lo primero que se despertó en mí fue una reflexión sobre importancia de escribir las gestas que inciden en la vida nacional.

Me llamó la atención que por fin uno de los dirigentes llamados históricos, se dedicara a “sacrificar” parte de su tiempo para escribir un libro de aspectos autobiográficos. En verdad, no es sacrificio, es acto de entrega a los demás.

Cualquier dirigente histórico, no sólo me refiero al autor antes mencionado, sean las que fuesen sus ideas y sus posiciones, debe conocer la importancia del libro como documento que conserva la épica, la tragedia o el drama nacional. Escribir para captar fenómenos sociales, apreciaciones e interpretaciones del tiempo que se vive, y que guía a participar en los hechos de la historia de la Nación. Es importante no sólo conservar el objeto físico –como documento bibliográfico, tal lo que hace una biblioteca Nacional, ente otras cosas- sino también dejar documentos sobre aspectos de la identidad, del período que tocó participar, es una manera de transmitir hacia el futuro señales de la historia.

Y el libro es el vehículo apropiado para ofrecer ese legado de ideas y pensamiento que dan origen a la acción de alcance nacional. No sólo quedarse en figura de héroe o de dirigente, moldeado de acuerdo a simpatías ideológicas, que corre el riesgo de desdibujarse en el tiempo. Sino exigirle a la figura relevante su experiencia histórica, los fundamentos por lo cual realizó tal o cual gesta libertaria o por la independencia. Los hechos y la historia adquieren carta de existencia por la letra escrita. No escribir, no dejar cartas, no hacer memorias, por parte de quien se destaca en la vida nacional es arrogancia social. No basta comportamientos, prácticas, ni inteligencias privilegiadas; es necesario la constancia del momento histórico, para no recorrer dos veces el mismo camino de tragedias, errores y vicisitudes. Es lo que queda del dirigente, por varias generaciones.

Imaginémonos que no hubiera escrito José Martí, o Confucio hace dos mil quinientos años, ni Marco Polo sobre su viaje a China, o Cristóbal Colón (ambos dejaron un Diario que nos permiten analizar orígenes, historia, cultura). Supongamos que no hubiese habido escribas de la Biblia. El mito es importante, se transmite por generaciones, pero se desdibuja con el paso del tiempo, o porque se carece de elementos reales de interpretación. Mucho de esto nos ha pasado con nuestros próceres. No sabemos quién es quien.

Llama la atención que el único libro auténtico sobre 1932 en el siglo pasado, considerado un hito histórico de lo que fue El Salvador, sólo superado con la firma del Acuerdo de Paz en 1992, que hubiese sido un poeta y un artesano los que tuvieron la visión de dejar un documento, no importa si se le critica por exceso de imaginación, en este caso, más que un defecto es un agregado a su calidad. En todo caso, Miguel Mármol, fue uno de las personas más imaginativas que he conocido, sin ser escritor, solo un campesino urbanizado; de Roque Dalton, no se diga, su oficio por naturaleza era imaginar. También imaginó Cristóbal Colón en su Diario, igual imaginó Bernal Díaz del Castillo en su Historia de la Nueva España. En el primer caso conocimos del Descubrimiento y en el segundo, los detalles de la gran ciudad de Tenochtitlán y la desaparición de la rica cultura de los emperadores mexicas.

Escribir un libro es un acto generoso e intuitivo que favorece a quienes vendrán después, cuando el que escriba ya no exista y solo sea sombra del pasado.

La autobiografía de Salvador Sánchez Cerén, «Con sueños se escribe la Vida», dibuja un personaje de la historia reciente. Trazar esos rasgos es determinante para el país, es un aporte para conocer nuestra realidad. Ojalá los dirigentes más connotados, ahora muertos, hubiesen escrito o dejado testimonio de sus experiencias, pues ese documento bibliográfico es parte del cuerpo completo para analizar el pasado, sus yerros, las búsquedas y hallazgos, para no tergiversar las raíces de una Nación cuya edad se mide en siglos, y tiene tanta importancia los actos sencillos como las gestas grandiosas.

La autobiografía de Sánchez Cerén nos dice sus orígenes: una familia humilde, en un pueblo que denomina paraíso de su infancia, calles polvosas y empedradas. “Los árboles de fuego, el aceituno su madre con un puesto de comida en el mercado, la iglesia y su atrio, la ceíba, la plaza y la banda municipal, en fin todo eso que forma parte de la patria verdadera”. El olor del maíz, las piezas de alfarería, las pupusas, la yuca con chicharrón, el olor y color de las frutas, las fiestas de Navidad y el pesebre que organiza la familia para la época de Navidad. También nos da a conocer sus raíces religiosas, como lo son de la mayor parte de salvadoreños: “fui asimilando valores que se relacionan con mi formación cristiana…época que frecuentaba la iglesia y formaba parte de los grupos que estudiaban el catecismo”.

“Los recuerdos de mi mamá –dice- están vinculados en buena medida a la actividad económica, regresaba cansada del mercado ya cuando el sol había caído” y a quien Salvador ayudaba desde las cinco de la mañana a trasladar los utensilios y productos al pequeño negocio de comida.

Esa descripción del autor forma parte de la patria, que incluye ideas sobre su posición política, por supuesto. Pero sobre todo memoria. Quien no ama su lugar de nacimiento y su entorno social, es difícil que pueda llamarse un patriota verdadero, dijo nuestro escritor Salarrué en su “Carta a los Patriotas”.

(*) Poeta y novelista. Director de la Biblioteca Nacional. Presidente de la Fundación Innovaciones Educativas Centroamericanas (FIECA).

Contrapunto, Edición 59 / Del 21 al 27 de Abril de 2008